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TARDIA

 

Empecé a leer y escribir muy pronto. 

Mi padre me enseñó lo primero y mi madre a juntar las letras.

Con trece años, fui presa de una tendencia irresistible que casi siempre acababa plasmada en cartas a amores platónicos, en diarios, en reflexiones sobre la vida y el mundo desde diferentes estados de ánimo. Aún no tenía edad para comprenderlo todo pero lo anhelaba. Jugar con la palabra era lo que me atraía. Lo sabía entonces y lo sé ahora. 

Han pasado treinta años, y casual o causalmente, ha llegado el momento de compartir mi desnudez con otros que, a su vez, se desnudan ante mí. No niego que con este gesto de “hacerme pública” sufrí, en su momento, una sobredosis de pudor, pero no fue menos la de adrenalina que lo acompañaba. De zozobra a satisfacción plena. En honor a la verdad, he de confesar que la literatura me ha proporcionado buenos amigos y me ha reconciliado en cierto modo con el mundo. Gracias a la palabra he revisado mi trayectoria vital, me he visto en el espejo y me reconozco. La lectura y la escritura me han ayudado a ser consciente de mi grandeza, tanto como de mi insignificancia.

Así que aquí me tienen, embarcada en esta aventura literaria más allá de las cuatro paredes de mi estudio y sí, me siento feliz, le guste o no al mundo.

Mi agradecimiento a todos los que, directa o indirectamente, sabiéndolo o sin saberlo, han participado en este proceso. 

"De cuentos y otras breverías" en los Viernes de Sarmiento. Amparo Paniagua. 

 

 

La trayectoria de un sueño.

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